El camino de la cruz versus el camino del poder
Juan Masiá Clavel, teólogo, bioeticista
La Comunidad
La frase es fuerte. Jesús llama “Satanás” a Pedro. Pedro quería apartar a Jesús de su camino, le recomendaba que se hiciera con el poder.¿Se imaginan a los dirigentes eclesiásticos recibiendo de mañana un e-mail venido del cielo que dijera: “Apartáos de mí, Satanases”?. No sería raro que llegase ese mensaje cada vez que la cohabitación de la iglesia institucional con los poderes de este mundo aleja al pueblo de la fe.
Cuando buscamos poder, influencia, prestigio y dominación, no vamos por la línea del movimiento de las redes que inició Jesús: no de poder, sino de servicio.
La tentación (Mc 1,13) para Jesús era tomar el poder, presumiendo de ser el “santo de Dios” (Mc 1, 24; 3,11), imponerse con un signo en el cielo (Mc 8,11) o bajarse de la cruz (Mc 15, 30). Pero Jesús no cae en esa tentación. El camino que recomienda a los de su movimiento de las redes no es el del poder. “Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad. No ha de ser así entre vosotros.” (Mc 10, 42-43).
Marcos dice “Satán”. Satán no es el diablo, sino la tentación, que está dentro de uno mismo. Al comentar este texto interpretando Satán como “el demonio” (a quien culpar del mal y la tentación), se le quita la fuerza al símbolo del mal y se lo convierte en un personaje maligno exterior al que hay que expulsar con la trampa de los exorcismos.
Hay creyentes que piensan que creer en demonios e infiernos es parte del Credo. No, el mal está en la ambigüedad interior de cada uno de nosotros. La tentación, individual y comunitariamente, no viene de un personaje satánico. La tentación es el poder. Y en esa tentación cae una y otra vez la iglesia a lo largo de su historia. Por eso nos cuesta orar en la basílica de san Pedro y nos escapamos a las catacumbas, a recuperar la fe que se debilita con Miguel Ángel y Bernini.
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