miércoles, 18 de junio de 2008

Miércolez Bíblicos #5 - Descenso a los Infiernos

Compañer@s: terminamos con este post el ciclo de miércoles bíblicos en los cuales el jesuita Masiá Clavel nos fue ayudando a pendetrar en el misterio de la Pascua. Hoy nos ilumina con la teología del joven Ratzinger (que en muchas cosas no es igual a la del viejo Ratzinger). Espero haya sido de su agrado.

¿Bajó Jesús a los infiernos?
Descendió a la soledad
Juan masiá Clavel SJ*


La frase es del entonces joven teólogo Ratzinger en su Introducción al cristianismo (II,2,3), clásico de cuya publicación se cumple este año el cincuenta aniversario.
Decía Ratzinger que la frase “descendió a los infiernos” es, junto con el nacimiento virginal y la Ascensión, de las que más problemas crean a la hora de comprenderlas en la actualidad.
El antiguo catecismo de Ripalda hablaba, en plural, de “los lugares a donde van las almas que no entran en el cielo” y, después de mencionar infierno, limbo de los niños y purgatorio, citaba en cuarto lugar el llamado “limbo de los justos” o “seno de Abrahán” del que decía que en él “eran recogidas antes de la venida de Jesucristo las almas de los justos que, enteramente limpias y purificadas, carecían de la vista de Dios, pero eran felices con la esperanza cierta de su redención”.
El Resucitado, según aquel catecismo bajó a aquel limbo de los justos. ¿Cómo? “Con la muerte de Cristo, decía el Ripalda, el alma se separó de su cuerpo, que fue llevado al sepulcro, y unida a su divinidad, bajó al Seno de Abrahán a dar alegría a aquellos bienaventurados varones de la antigüedad (para el Ripalda, por lo visto, no había mujeres santas en la antigüedad)”, que estaban allí a la espera aguardando “el santo advenimiento”.
Naturalmente, Ratzinger, como buen hermeneuta, evita dos extremos. No hace lectura literal de esta tradición, pero tampoco la tira por la ventana, no quiere perderse su riqueza simbólica y explica el “descenso a los infiernos” como la bajada de Jesús a la soledad radical del afrontamiento de la muerte (muerte real y no fingida), como la máxima soledad humana, y hace una meditación de sábado santo sobre la asunción de la soledad radical humana por Jesús.
“Nos recuerda este artículo del Credo, dice Ratzinger, que el silencio de Dios es parte de la revelación”. El grito de Jesús en la cruz, “¿Por qué me has abandonado?” es, sigue diciendo el hermeneuta, un grito desde el infierno de la última soledad", en el que se percibe lo profundo de “la compañía cercana de Dios precisamente en medio del aparente abandono".
Relaciona Ratzinger este grito de Jesús con la oración en el Huerto de los Olivos, subrayando lo lacerante de la pasión como soledad radical, peor aún que la misma pasión física. “La muerte, sigue diciendo Ratzinger, es soledad absoluta, es una puerta por la que hemos de pasar solos, se comprende que el Antiguo Testamente tenga solamente una misma palabra, sheol, para designar muerte e infierno”.
Y, tras este esfuerzo antropológico-hermenéutico, concluye Ratzinger señalando el punto central del artículo del Credo que dice que Jesús “descendió a los infiernos”: “Este artículo quiere decir que Cristo atravesó el umbral de nuestra última soledad, que en su pasión descendió a los abismos de nuestro abandono. Y que allí, en ese abismo al que no llega ninguna voz, allí está Él presente para superar el infierno y la muerte. La muerte, que era infierno, deja de serlo. Hay vida más allá de la muerte, porque el amor mora en ella. Ahora ya solamente hay infierno allí donde hay encerramiento en sí mismo... Las puertas del sheol se han abierto con la muerte de Cristo...”
Después de este maraviloso despliegue de hermenéutica (¡Cuánto podemos aprender de Ratzinger para evitar literalismos, integrismos y fanatismos fundamentalistas!), es capaz el teólogo bávaro de regresar al lenguaje simbólico y no solamente no se siente incómodo con la imagen de los “santos padres esperando el advenimiento”, sino hasta con el texto de Mateo 27, 52 sobre muertos saliendo de sus tumbas. Pero su lectura simbólica de estos pasajes ya no es la literalista de los Ripaldas, sino reinterpreta así : “La puerta de la muerte permanece abierta porque el amor que es vida mora en la muerte”.
Es como cuando nosotros, tras hacer la crítica hermenéutica de que la tierra es la que gira alrededor del sol, seguimos diciendo cada mañana en lenguaje cotidiano pre-crítico que el sol sale por oriente.
Nos ha dado una gran lección de hermenéutica nuestro querido hermano José, hoy Benedicto. Ha quitado la cal que cubría el fresco, pero lo ha hecho con cuidado de no cargarse el fresco y nos ha redescubierto su riqueza. Confiemos en que no le acusen de herejía por su esfuerzo en acercarnos al meollo del Resucitado...
Nota: El n. 635 del Catecismo del 92 recoge difuminadamente algo de este pensamiento de Ratzinger, pero los nn. 633 y 634 lo estropean repitiendo el literalismo de catecismos anteriores. El problema del Catecismo del 92 no es que sea precrítico o conservador, sino que, por miedo, junta y yuxtapone las dos mentalidades, pero sin integrarlas ni articularlas, con lo cuál fomenta el que sigan ambas corrientes citando por separado sus textos incompatibles y se tiren mutamente los trastos a la cabeza (por cierto, con poca amabilidad humana y poca caridad cristiana, como se ve en los jucios temerarios y falsos testimonios de algunos comentarios a los posts...)

Resurrección de la carne, según Ratzinger

Resurrección de la “carne”, dice Ratzinger, no es reanimación de cadáveres para reunirlos con presuntas “almas separadas”, sino “transformación de la persona por la fuerza, energía y poder del Espíritu”.
El mensaje bíblico promete inmortalidad a la persona entera, no a un alma separada. La inmortalidad a la griega no es cristiana.
Como comenta Ratzinger, se añadió a la idea griega de almas separadas la idea pseudo-bíblica de cadáveres reanimados saliendo de sus tumbas en un último día, y así se empobreció la comprensión de la fe en la vida eterna por el poder del Espíritu.
En su explicación y reinterpretación del Credo, insiste Ratzinger en la importancia de entender todos los últimos artículos a partir de la clave de esa tercera parte del Credo: “Creo en Espíritu Santo”.
No solamente “creer en el Espíritu Santo”, sino creer “estando en el Espíritu” que anima y vivifica con su poder transformador. Con la resurrección, o entrada de Jesús en la vida definitiva más allá de la muerte, comenzó la transformación del mundo y la historia. Estamos llamados a participar plenamente más allá de la muerte, de esa transformación (2 Co 3, 18), que ya comienza en esta vida por su presencia en nuestro interior (Phil 3, 21)."La fronytera biológica de la muerte, sigue diciendo Ratzinger, ha sido traspasada por la fuerza del amor más fuerte que la muerte, que nos promete y asegura el futuro de vida definitiva".

1 comentario:

  1. Muy lindo el blog.
    Acabo de leer esta y todas las entradas de los "miercoles bíblicos", muy buenas...lástima que parece que llego pa los aplausos.

    Dejo mi huella y saludo!

    Que Dios los bendiga!

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