domingo, 8 de marzo de 2009

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA


Lecturas:
Gn 22,1-2.9-13.15-18: El sacrificio de Abrahán, padre en la fe
Sal 115: “Caminaré en presencia del Señor”
Rm 8,31b-34: “Dios no perdonó a su propio Hijo”
Mc 9,2-10: La transfiguración de Jesús

Comentario del Servicio Bíblico Latinoamericano (fragmento)

En el camino a Jerusalén era necesaria la transfiguración. Galilea había mostrado el “éxito” del reino de Dios. La comunidad discipular identificó allí la realización de los tiempos mesiánicos relacionados con los milagros de Jesús y con las multitudes necesitadas. La expectativa judía de un Mesías liberador de la opresión romana estaba siendo respondida. La comunidad discipular aún no salía de estos moldes mesiánicos. Cuando Jesús anuncia su pasión y crucifixión, hay alarma y desconcierto. No se entiende un mesianismo que pase por la cruz. Para “corregir” esta situación vivida por la comunidad post-pascual de Marcos, el relato introduce la transfiguración.

La comunidad no puede “reducir” la fe al “entusiasmo” post-pascual. Es la tentación que se expresa en la montaña iluminada cuando el discipulado quiere construir las chozas muy lejos de la llanura. La brillantez de los vestidos quiere resaltar la fascinación que ejerce sobre los seres humanos ese tipo de experiencia religiosa “desligada” del sufrimiento y del dolor humano que acontece diariamente en la llanura. Estos “tres privilegiados” no quieren saber nada de los sufrientes del valle de la historia. Religión de adoración sin pasar por la transformación, por la lucha, por la adversidad. Religión que quiere controlar la gloria pascual sin abrirla al trabajo creativo humanizador. La “iglesia de los Zebedeos” representan una experiencia de resurrección “cerrada” a los desafíos del mundo y deficiente, pues ensalza el aspecto glorioso y triunfante de Jesús resucitado sin asumir su muerte en la cruz.

El proyecto comunitario resaltado en la montaña es afirmado con las palabras de Dios que salen de la nube: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. Alrededor del Hijo Amado se constituye la comunidad discipular. Es su principio fundacional. El Hijo Amado es el crucificado-resucitado. Su palabra es el camino que la comunidad discipular debe seguir. En el descenso, como intermedio entre el monte pascual y el valle del mundo, la comunidad discipular asume el camino del Hijo Amado: la resurrección entre los muertos.

Ascenso y descenso se necesitan mutuamente. Ascenso para celebrar y gozar los avances de la fe. Descenso para afirmar la fe en medio de la conflictividad y la contradicción. El monte para resaltar la utopía comunitaria. El valle para construirla en la cotidianidad y la adversidad. Los “seis días” de trabajo y fatiga necesitan del “séptimo” de descanso y adoración si queremos plenitud y dignidad humana.

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